Desde que era un niño los videojuegos se convirtieron en mi escape, mi refugio seguro, especialmente cuando enfrentaba el bullying. A pesar de las dificultades en la escuela, siempre pude sumergirme en aventuras digitales que me dieron alegría y emoción.
Ahora a mis 35 años, los videojuegos han dejado de ser una mera forma de escape para convertirse en un complemento en mi vida, enriqueciéndose con arte, experiencias y diversión.